No es el embargo, “brother”

Para el autor, las recientes restricciones aduaneras confirman la hipótesis de que sin el embargo estadounidense no habría revolución cubana como proceso de larguísima duración, no como hecho

Un político de la élite demócrata norteamericana, contendiente de ocasión por las nominaciones presidenciales en Estados Unidos, solía venir a Cuba por allá por los años 80 y 90 del siglo pasado para, entre otras cosas, reunirse con Fidel Castro.

Alguna que otra vez, nuestro demócrata se dejaba caer por los corrillos disidentes y contaba la siguiente anécdota: dicen en Estados Unidos señor presidente, refiriéndose a Fidel Castro, que a usted no le conviene el levantamiento del embargo por el impacto relajador que tendría sobre la sociedad cubana y el impacto disolvente sobre la continuidad de su gobierno; a lo que, después de varios segundos de pausa, Castro respondió, siempre según el amigo yanqui, que ciertamente su levantamiento traería dificultades difíciles de manejar, pero significaría que a la larga él habría ganado.

La anécdota es completamente cierta, aunque sé que su verificación como dato exige la publicación de un par de memorias concluyentes.

Traigo a colación este diálogo entre políticos que parecían profesarse cierta simpatía, por la conversación que escuché entre dos jóvenes y una joven a propósito de las recientes restricciones aduaneras que acaban de entrar en vigor y que, en algunos casos prohíben y en otros limitan la importación de mercancías por parte de los particulares. La reacción de uno de ellos tuvo la fuerza de los epigramas profundos, aquellos que expresan la acumulación de experiencias. En el calor de esa discusión uno de los jóvenes espetó: no es el embargo, brother. Es…

Ello hace regresar una vez más la discusión sobre el tema y repensar las respuestas a la pregunta: ¿es el embargo?

Pero, ¿qué es un embargo? En el comercio internacional, un embargo es la prohibición de negociar y comerciar con un país. Esta prohibición tiene un carácter global cuando implica a un conjunto de Estados, lo que convierte al embargo de hecho en bloqueo. Es bueno recordar, para ilustrar este asunto, las guerras napoleónicas que crearon el llamado Sistema Continental por el cual se prohibía a las naciones europeas negociar con el Reino Unido.

Esto lleva a otra pregunta, fundamental para el caso cubano, ¿qué es un bloqueo? Es cualquier esfuerzo para evitar que suministros, tropas, información o ayuda lleguen a una fuerza de oposición o a un país determinado. Por eso el término es más empleado en situaciones de guerra.

Entonces entre embargo y bloqueo hay una diferencia radical. El embargo prohíbe al emisor. El bloqueo impide al receptor. El Sistema Continental se convirtió de embargo en bloqueo precisamente porque impidió al Reino Unido satisfacer en el continente algunas de sus necesidades. Y en aquella época la economía mundial era Europa. Por cierto, el Sistema Continental fue un desastre, no para Albión sino para el resto de Europa. Razón histórica por la que probablemente los europeos hoy sean tan reticentes a participar en políticas de embargo como ha sido con Cuba.

Aquella diferencia puede ser establecida con claridad en nuestro caso. El bloqueo naval impuesto por Estados Unidos a Cuba cuando la crisis de los misiles fue exitoso porque impidió al Gobierno cubano entrar en contacto con su proveedor. Este golpe de efecto por sí solo demostró que Estados Unidos eran más fuertes y numerosos en el área que la ex Unión Soviética.

De todo esto se desprenden interesantes conclusiones. Los bloqueos son casi siempre exitosos, se aplican en situaciones muy concretas y controlables, y no son de mucha duración. Con la excepción casi única del bloqueo de Holanda al Escalda (hoy Flandes, Brabante y Henao en Bélgica) de 1585 a 1792, que impidió a Amberes, entonces gobernada por España, el acceso al comercio internacional, desplazando mucho de su comercio a Ámsterdam. Y en este caso tan prolongado, podemos hablar efectivamente de bloqueo porque la prohibición recae sobre el receptor. Escalda —como región, no como lo que originalmente es, un río—, no pudo de ningún modo encontrar su camino al Mar del Norte.

En términos económicos por tanto Cuba nunca ha estado bloqueada. Estados Unidos nunca tuvo la posibilidad, no sé si el deseo, de impedir que por los puertos u aeropuertos cubanos entrase ayuda, información, suministros o tropas al Gobierno de la Isla. Sí ha estado embargada, pero si el embargo impuesto al Gobierno ha sido un fracaso es justamente porque Estados Unidos no ha podido crear en torno a Cuba un “Sistema Continental”, un bloqueo, por el que los restantes países se vean en la obligación de no comerciar ni negociar con ella. Y este éxito de un embargo, sin muchas opciones para convertirse en bloqueo, habría estado garantizado porque el Gobierno de Cuba fracasó donde el Reino Unido triunfó entonces: en el desarrollo de un sistema autárquico.

Fracaso estrepitoso que arroja otra luz sobre el embargo, que no bloqueo, a Cuba. A diferencia de la autarquía británica, la cubana era una autarquía políticamente programada. El modelo económico de Cuba con la llamada revolución suponía tres cosas: una superación del capitalismo, que desembocaba en una incompatibilidad estructural con la economía estadounidense; una superación de las históricas relaciones con aquel país y un desplazamiento natural de la economía cubana en busca de sus nuevas compatibilidades “naturales”.

La explotación ideológica del embargo estadounidense resulta, en este sentido, una contradicción en términos morales y políticos. No se supone, moralmente, que la “ex colonia” extrañe y reclame sus relaciones con la “ex metrópoli”, ni se supone que las potencialidades de un modelo “superior” y universalizable como el socialismo puedan ser dañadas por una economía singular, capitalista y en “decadencia”, aunque sea poderosa como la de Estados Unidos. La economía de un solo país no puede ser superior a la grandeza de un modelo. Si este es el caso, no podemos hablar de ninguna manera de modelo económico. En todo caso, la naturaleza inmoral del reclamo por el embrago se manifiesta ahora mismo cuando la seguridad alimentaria de Cuba depende del enemigo.

El embargo, en el sentido de la autarquía que se complace en sus límites, sería ineficaz, dando por sentado su posibilidad, no porque fuera eficazmente “burlado” a falta de un “Sistema Continental” sino porque no tendría sentido económico. Era y es como si Estados Unidos embargara con bombillas de gas a una economía alumbrada con bombillas de halógeno.

Pero el embargo ha sido competente en el punto en el que coincidían Fidel Castro y su interlocutor: en el ámbito estricto de la política. Sin el embargo, no habría revolución cubana. Como proceso de larguísima duración, no como hecho. Mucho menos “socialismo” de tercer mundo. Las recientes restricciones aduaneras confirman mi hipótesis.

Por eso me asombran las millonarias cuentas alegres que el Gobierno cubano saca por concepto de daños supuestamente ocasionados a la economía cubana por Estados Unidos, en su negativa a comerciar y negociar con la Isla. Como si, por otro lado, el comercio tuviera la obligatoriedad del precio justo medieval. Más bien debería ser el Gobierno cubano el pagador de Estados Unidos por brindarle la oportunidad que pocas dictaduras han tenido para legitimar el éxito estructural del fracaso. Doblemente: en la cuerda nacionalista y en la cuerda del modelo.

Pocas naciones han contado con la posibilidad de transferir la culpa, al mismo tiempo que incitan al supuesto culpable para que mantenga su actitud. Es el único modo de poder decir que se está ganando justo cuando se está perdiendo.

Y bastó que hicieran un alarde de apertura comercial para demostrar dos extremos importantes: uno que la economía cubana no ha sido dañada por las restricciones impuestas por Estados Unidos —muchos cuentapropistas estaban rentabilizando más o menos sus negocios y forjando su bienestar por su capacidad para importar sus materias primas o mercancías tanto de Estados Unidos como de otros países: Perú y Ecuador, por ejemplo— y dos: el término bloqueo no ha sido otra cosa que la proyección psicopolítica con la que el régimen cubano ha desplazado hacia el Gobierno de Estados Unidos sus propias y exclusivas acciones. Siempre ha tenido la oportunidad de negociar y comerciar con el resto de los emisores en el mundo, y ha sido el único que ha podido impedir a un receptor, el pueblo cubano, acceder a ayuda, suministros y a las armas de la información.

Coincido con aquel joven: no es el embargo, brother. Es, como él mismo concluyó, el bloqueo exclusivo del Gobierno cubano a los cubanos.
Por:Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 24/01/2012
Fuente: http://www.cubaencuentro.com

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