Han pasado los años

En mi casa había una victrola. Había que darle cuerda y cambiarle la aguja antes de cada disco. Discos de 78 revoluciones, muy quebradizos. Recuerdo que tenia un vasito metálico siempre lleno de agujas. Teníamos unos cuantos discos. Y de los que tocábamos con frecuencia recuerdo solamente dos, una canción francesa, cantada en español, Los Puentes de París y un merengue, supongo que de los primeros que grabó la orquesta de Luis Alberti, "Morena que lleva en tu cintura, el ritmo del merengue montuno, al compás del güiro y la tambora, baila con tus pasos oportunos...". Y me parece recordar que había también unos discos de Manolo Caracol, que nunca tocábamos. Yo en ese tiempo, de la música española, sólo conocía pasodobles y jotas, y quizás alguna "Amapola lindísima Amapola..." No había entrado yo, todavía, en el gusto de ese género Flamenco en el que Caracol fue uno de los grandes.

Teníamos un primitivo filtro. De porcelana, eso creo, de dos piezas, dos envases, y el agua se filtraba al envase de abajo por el fondo del de arriba. Fondo que supongo era de piedra porosa. Por supuesto, también teníamos tinajas, donde siempre se conservaba fresca el agua.

La casa era espaciosa, paredes de madera y techo de zinc (don Alfredo Basilio se encaramaba en el techo para tapar los agujeritos con soldadura de estaño). Construída sobre unos pilotillos, y piso de madera.

Crecí junto a los rieles del ya desaparecido Ferrocarril Central Dominicano. Frente a mi casa el tanque con el agua para la máquina. Mis más viejos recuerdos tienen el humo de las elementales locomotoras de vapor y el cha ca chá, cha ca chá de los trenes. Era ese mismo tren del Siglo Diecinueve en el que hizo Lilís su último viaje de Sanchez a La Vega, para seguir luego a Moca y encontrar allí su muerte.

Éramos una de las diez o doce familias "acomodadas" del pueblito. Es decir, éramos de una casi rural clase media. Casa propia, caballos, que eran los automóviles de entonces, algunas vacas, unas tierritas y unos ingresos suficientes para una vida sencilla. Claro, con el trabajo de papá, que era el notario del pueblo, y la buena administración de mamá. En ese tiempo, en el pueblito no había ricos. Pero así nos catalogaban, impropiamente, los más pobres.

Mi papá se afeitaba con una navaja barbera, de la marca alemana Solingen, que algunos más tenían en el pueblo. No muchos, pues la mayoría iba a afeitarse a la barbería, como vemos en el cine en algunos Oestes.

Además de la victrola tuvimos, un tiempo después, un aparato de radio. Pero en el pueblo no teníamos electricidad. Nuestro Telefunken trabajaba con una batería de carro. Por supuesto, era un radio de honda corta, donde oíamos la BBC de Londres, una emisora alemana, algunas emisoras cubanas, supongo ahora que principalmente la CMQ, pues recuerdo muy bien los episodios del chino Chanlipó. Pero creo que en alguna ocasión también oímos la Cadena Oriental de Radio, pues recuerdo muy bien a la Orquesta Chepín Chovén. Nos maravillábamos entonces de poder escuchar esas voces tan lejanas por la honda corta, que era la internet de entonces, sin imagen y con algunos ruidos.

La emisora que oíamos más, y la que mejor se oía era, durante los años de la Segunda Guerra Mundial, creo que específicamente en 1943 y 1944, La Voz de los Estados Unidos. Transmitía entonces y no preciso si con ese mismo nombre, desde Schenectady, en el Estado de New York. Y la operaba la Columbia Broadcasting System. Allí comenzó la celebridad de Los Panchos, con aquel Burro Socarrón y "La lluvia la manda Dios, y el agua la da el alcalde, y aquí la reclamo yo, ay mamá pero es en balde", y los boleros que todavia hacen historia. Pero, además de Los Panchos, allí había un montón de otros grandes artistas, la mayoría de ellos mejicanos, Chela Campos, Eva Garza, Nestor Mesta Chaires, Chucho Martínez Gil, a quien presentaban como La Voz Más Linda de Méjico (y si piensa que aquel elogio era muy exagerado, búsquelo hoy en Youtube.com en Dos Arbolitos), y otros. Allí también actuaba el puertorriqueño Yayo el Indio, y el gran barítono colombiano Carlos Ramírez, la declamadora cubana Eusebia Cosme y otras figuras hispanas como el intelectual colombiano Vicente Tovar y el uruguayo Rodríguez Fabregat.

No recuerdo si era por esa misma emisora que escuchábamos las peleas del campeón mundial de peso completo Joe Louis. Recuerdo bien aquellas con el chileno Arturo Godoy, que trajo un estilo de boxeo agachado que a Louis le costó tiempo descifrar, y las que dio con el campeón de los semicompletos, Billy Conn, "El Apolo de Pittsburgh" (yo, para entonces, coleccionaba fotos de Shirley Temple y de Billy Conn). Esa radio, que necesitaba una larga antena en el patio y un cable que "hiciera tierra", era escuchada sólo por las noches. Y numerosos amigos de la familia venían a oír los programas, pués en el pueblito no había más de tres o cuatro de esos radios.

En estos tiempos de Blackberry y Ipod he recordado, casi con cariño, aquel primer teléfono que conocí de niño. En la estación del ferrocarril, Tavito Gómez, el Jefe de Estación, frente a una cajita de madera pegada a la pared, daba vueltas a una manigueta que hacia sonar el timbre. Con el auricular en la mano izquierda, y entre timbrazo y timbrazo, gritaba -Pimentel, llamando a Villa Riva-, una y otra vez, hasta que al fin alguien respondía,- aquí Villa Riva, adelante Pimentel-. Y se establecía la comunicación (siempre a gritos). Una sola línea comunicaba todas las estaciones del ferrocarril desde Sánchez a La Vega. Al sonar el timbre, en todas las estaciones del trayecto levantaban el teléfono y colgaban cuando oían -Pimentel llamando a Villa Riva- ?Pueden hoy imaginarse, una sola línea telefónica?

Para ese tiempo no teníamos en casa refrigerador, lo cual hasta favorecía la generosidad de la familia. Si, porque en casa cada dos o tres meses se mataba un puerco en el patio. Se reservaba aquel pellejo con gordo, que el mismo día se freía para la manteca y los chicharrones y el poquito de carne que se iba a salar. Lo demás se repartía entre los que mataban el cerdo y unos cuantos amigos de la familia que entonces venían por lo suyo.

En el pueblo nadie tenia refrigerador. Los carniceros, en ese tiempo mataban las reses y también vendían la carne. Por las mañanas, cuando compraba la gente de algunos recursos, vendían a precios regulares. Y por la tarde, hacían un baratillo para salir de lo que les quedaba. Cosa que aprovechaban siempre los menos pudientes. Y, así, aunque unos por la mañana y otros por la tarde, ricos y pobres comían entonces carne fresca y por añadidura "organic".

En verdad, HAN PASADO LOS AÑOS. Y en este Día de Acción de Gracias, en mi nombre y en el de mi familia, elevo al altísimo "nuestra más humilde y sincera gratitud por su cuidado generoso en todas nuestras travesías", como dijera el presidente George Washington un día como hoy del año 1789. Y te envío, querido-a amigo-a, en este tan especial día, un gran abrazo desde Fort Worth, Texas.

Cordialmente,

Tiberio
Por: José T. Castellanos.

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