Balaguer: eunuco?

En la sección Areíto, suplemento de la cultura y de las ideas del periodico Hoy, se publicó el pasado trece de junio de 2009 en la columna Cápsulas Genealógicas, del Instituto Dominicano de Genealogía, página cuatro, de la autoría del señor Julio González, un trabajo titulado Presidentes Contemporáneos: Descendencias presidenciales (los dos puntos son míos).

En dicha serie o entrega, así lo inicia el autor, se hace referencia a la descendencia del doctor Joaquín Balaguer, quienes después de su muerte, se refiere a sus descendientes, “surgieron como reclamantes de ser sus supuestos descendientes”. He aquí en este insustancial aserto la razón de esta misiva. Es una lástima que el autor, a quien supongo especialista en el estudio de la genealogía, desnaturalice su oficio de investigador y solo se limite a presentarme, después de la muerte de Balaguer, como demandante aparente o supuesto hijo de Joaquín Balaguer. Nunca durante el tiempo que compartí a Joaquín Balaguer, ni aún después de su muerte, invoqué los caracteres hereditarios que a fuerza de la investigación científica, surgieron a partir de la teoría cromosómica de Johann Mendel. Si algún reclamo hubo, surgió por cuentas del destino. La sociedad intuía, el País reclamaba, hacía conjeturas.

No con el ánimo de denigrar la figura, como sostienen algunos hipócritas, sino de conocer legítimamente la vida íntima de un ser de carne y hueso. Balaguer reía, sufría, se irritaba, le daba hipo, se excitaba. Gustó de las mujeres hasta el último día de su vida y tuvo hijos carnales, aunque algunos mojigatos quieran falsamente presentarlo como eunuco. Pero volvamos al artículo del genealogista quien subrepticiamente me endilga un reclamo que nunca hice y una acción que nunca intenté. No soy reclamante de nada. Las veces que públicamente me vi obligado a referir la filiación con Balaguer fui forzado por las circunstancias, un periodista acucioso, un entrevistador vanguardista, sin molde ni ataduras, ya por la radio, la televisión o el periódico.

Dieciséis comparecencias públicas, a la mayoría respondí que sí, que era mi padre, y solo a cinco referí la respuesta a Joaquín Balaguer. Pregúntele a Balaguer dije en varias ocasiones. Fueron, sin querer emplazamientos que él nunca cuestionó ni respondió. De esas conversaciones con periodistas todavía conservo, imborrable, los acontecimientos posteriores a la entrevista que le concedí al juicioso periodista Juan Lamur, quien se interesó por entrevistarme en mi calidad de Procurador Fiscal del Distrito Nacional, supuestamente para tratar asuntos penitenciarios.

Sus tres primeras preguntas fueron: ¿Cuántos años tiene usted? Treinta y tres, respondí. ¿Cuántos años tiene conociendo a Balaguer? Treinta y tres, respondí. ¿Es usted hijo de él? Si soy su hijo. Al día siguiente, horas después de la entrevista, domingo en la mañana, uno de sus asistentes, talvez el más cercano, Aníbal Páez, me comunica que Balaguer quería verme. Me sentí en ascuas, lleno de preocupación, mi cerebro revoloteaba de interrogantes, intenté desdibujar su personalidad, desvanecer su carácter críptico, arcano e inescrutable. Temí ser apostrofado o recriminado.

Esa tarde antes de sentarme junto a él en la mesa del comedor, crucé los dedos y me preparé para la embestida. Me preguntó por Luz, una hermana de mi madre, por Chegoya, un amigo común, y, por supuesto por Mercedes Laura. Mis temores desaparecieron, no hubo insinuación, no formuló aseveración alguna ni su conducta intachable se resquebrajó.

Terminamos la reunión hablando de su gobierno y de mi sentida preocupación por el deterioro de los derechos humanos. Ahora, irónicamente, después de su fallecimiento, no surgen reclamantes ni supuestos descendientes, como erróneamente afirma el genealogista, sino, cosa extraña, aparecen apologistas malolientes, que apestan con su trasnochada defensa, muy al estilo de María Gargajo, al intentar presentar sin éxito a Balaguer como un ser alado, excelso, cuasi angelical. Dudo les guíe un noble propósito aunque es su derecho rumiar. Sin embargo creo que algunos de ellos antes de pontificar contra lo incontrastable, me refiero a los apologistas, deben develar su incestuoso misterio de cuyos cendales aparecen los descendientes de Balaguer con los colores propios de la verdad.

POR ALEXIS JOAQUIN CASTILLO*

*EL AUTOR es dirigente del PRSC y un ex-fiscal del Distrito Nacional.

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