En la República Dominicana (...) la distribución de la riqueza nacional se hace (...) con métodos primitivos (...) que corresponden a los tiempos de la acumulación originaria, y entre esos métodos el más usado es el de apropiación de los fondos del pueblo administrado por el Estado, bien sea cogiéndoselos de manera descarada, bien sea cobrando comisiones por hacer tal o cual gestión (....) Eso es lo que los pueblos califican de corrupción...
Juan BOSCH. “Los métodos de trabajo” En: El Partido: concepción, organización y desarrollo. Primera Edición, Editora Alfa y Omega, 1977. pp. 118-119.
A la Dra. Aura Celeste Fernández, quijotesca damisela de Corruptelandia.
La corrupción en el gobierno trae de cabezas al país. Quizás porque en medio de la crisis nos apuñala más y más hondo: indolente, intolerable e impune. Tocó nuestras costas cuando Cristóbal Colón negó a Triana la primacía en divisar tierra para robarse los diez ducados ofrecidos por la reina al que lo hiciera. La colonización fue, esencialmente, el paraíso de la corruptela. Como dominicanos la sufrimos desde el nacimiento de la República y está documentada desde hace más de un siglo y medio, según Manuel de Jesús Galván, en su “Puericracia”. En la campaña de 1996 el Presidente Fernández la cuantificó y catalogó de oprobio y vergüenza. Ante la asamblea nacional prometió tolerancia cero contra ella que, sin embargo, a diario crece sin que ocurra algo, excepto que las autoridades la afirman para desdecirla; para decir Diego donde dijeron digo. Oficialmente denuncian que la corrupción del partido es innegable y luego instan al partido a defenderse contra las denuncias de corrupción. Que existe sí, dicen, pero sólo como “debilidad”. Que abate al mundo entero y es causa y efecto de la crisis económica mundial; pero que aquí no, que aquí su existencia es mínima... Juego de burlas, descaros y sarcasmos.
Mientras, los ciudadanos escuchamos y miramos a quienes ni nos escuchan ni nos miran; aprendemos a tipificar a los traidores en los que a diario traicionan el ideario de Juan Bosch.
A veinte años de la Restauración la corrupción nos zarandeaba. De eso hace un siglo y cuarto. Campeaba, indolente e insoportable. Tan ofensiva que en 1885 Félix Evaristo Mejía (1866-1945), con apenas diez y nueve años, la denunció en “El Centinela” de Puerto Plata. 124 años después sorprende que su cáncer mantenga una vigencia tan sórdida e ignominiosa; que se haya extendido tanto, perviva e imprima en la administración pública rasgos tan intolerables e indignos; que revista los actos de gobernar y administrar de una inmoralidad y burla tan urticantes.
Para conocer los efectos de las acciones de sátrapas, nepotistas, desfalcadores y villanos en la escena nacional —¡Ay Julián Marías, Marías!—, desde el germen patrio, hay que leer a Manuel de Jesús Galván y a Félix Evaristo Mejía. Este último la denunció porque ejerció el periodismo para “defender los derechos del pueblo, que estando en la ignorancia se deja engañar por los que, haciéndose llamar patriotas, no [son] más que explotadores de esa ignorancia” (1ro de febrero, 1885).
Leer a Evaristo Mejía es ver tipificada la realidad dominicana de hoy en la de entonces; conocer el origen de estos cánceres. En vez de tres, dijo, el país cuenta con cinco (!) poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial —los tres clásicos—, más dos aportados por el chanchullo vernáculo: el Cacicazgo y el Protectorado. En estos identificó el origen de la corruptela que apenas se enmascaraba y que hoy, a siglo y cuarto, se desemboza, satura, asfixia y obstruye el progreso, causando nuestros mayores y peores desastres y pesares: el endeudamiento público y la impunidad.
Afirmó: como el “primer magistrado de la nación es elegido a fuerza del oro derramado por algún influyente”, el Ejecutivo no es más que “un afortunado esclavo de aquel que lo eleva a ese honroso puesto”, para hacer suyos los “proyectos de su amo” por lo que, para él, el primer poder del Estado es el Protectorado. Junto al “Cacicazgo”, son los únicos poderes independientes: ante estos el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial “son como espantajos para aparentar una organización política igual a la de las verdaderas Repúblicas”. “El poder del cacicazgo está en manos de dos o más caciques; cada uno de éstos es rey en su provincia, y ni el Poder Ejecutivo puede someterlos a la obediencia”.
Hagamos sinónimos de “protectores y caciques” a —se me antoja— “sectores industriales y financieros”, “crimen organizado”, “sindicatos”, “partidos políticos” o “funcionarios públicos” y con estupor comprobaremos lo indiferente del resultado. El cacicazgo “da pábulo al crimen y se opone a la acción de la justicia protegiendo a los bandidos” otorgándoles, además de cargos y curules, rangos. Así veríamos que para esa variopinta e indistinta confederación de malhechores se reservan por ley la propiedad y posiciones fundamentales de las comisiones, cámaras y juntas que administran los recursos nacionales y los derechos económicos y ciudadanos. En 1885 se lo hacía con descaro; hoy son públicos y “legales”. La corrupción nos ha arropado.
Después de lo dicho por Evaristo Mejía ¿debimos tener patriotas? ¿O seguiremos calificando de ilusos a quienes pretendieron y pretenden echar a tierra realidades tan terribles? Imagino a Manolo Tavárez, a Juan Bosch y a tantos otros y les otorgo calidad de titanes. Pero de esta gentuza, ¿no diremos lacras sociales, escorias, cánceres?
En el editorial Núm. 5 de “El Centinela” Evaristo Mejía abordó el binomio crisis-corrupción: “En estos tiempos sufre la República una insoportable crisis; todo viene a aumentarla: [...] los compromisos del Gobierno con las compañías de préstamos y el descalabro de las industrias” (!). “Por esas razones pensamos [...] que la supresión de los gastos superfluos es una «medida salvadora»” (!).
¿Qué demuestran esas palabras clausurando el siglo XIX dominicano releídas en el XXI? ¿Que hacia el progreso vamos o que vivimos en la perennidad de nuestros males? Por Evaristo Mejía comprobamos que la República lleva 125 años en manos de los desfalcadores; que vivimos lo que él veía venir: “sucederá lo que ha sucedido siempre y lo que estamos viendo ahora: los gobiernos desfalcadores, que sin conciencia hacían de la Hacienda una mina particular [...]: por eso llegará el día en que la República se vea en peligro”.
Pero “nada conseguiremos lamentando las desgracias de nuestra amada patria, si no nos preparamos a mejorar su situación”, dejó claro. ¿Habrá quien quiera y pueda ponerle coto? ¿Propinarle un “toleranciacerazo”? ¿O a un siglo y cuarto nos forzarán a tener que afirmar que “En materia de corrupción ¡e´ alante que estamos!”?
Ignacio Nova
ignnova1@yahoo.com
Corrupción de un siglo y cuarto
Posted by
Fernando Puesán
on 9:37
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