“Los que no son Justos“

¿Qué es la colectividad? ¿Tiene la colectividad alguna historicidad que desvincule las luchas políticas de las luchas ideológicas; o, acaso, tenemos nosotros una existencia temprana de identidad que afirme o pueda obligarnos a la incertidumbre del ser?


Pero ¿por qué aún pretenden obligarnos a desmentir con eufórica deslealtad que la miseria humana no deja de ser una miseria moral, y, el poder político burgués una ilegitima realidad que no satisface la urgencia de las masas por la justicia? 

Dilema, afirmación o verdad… la justicia, la impotencia o la rebelión imposible coexisten junto a la impunidad de “los que no son justos”. No obstante, sigue corriendo la sangre de los más débiles por las calles, la muerte, crueldades injustificables, la barbarie, el hostigamiento de la desigualdad, los discursos en paralelos del desconsuelo, el ser humano como víctima de la actitud de los otros: los genuflexos en la servidumbre del poder.

¿Hay espacio, ahora, para una aguerrida revolución social y política? No creo, pero sí… sí, sí puede ser, porque la condena de existir en la hambruna, la maldición de la eventualidad de lo que traerá el día… nos conducirá a la rebelión ¿Cuántas preguntas de contradicciones insalvables nos hacemos? 

Nos acostumbran a las mentiras “los que no son justos”. Entonces: ¿Acaso el mundo necesita de mentiras imprescindibles, de mitos inmensurables que no se comprenden? ¿Cuál es la utilidad del mito masivo de la felicidad, si sabemos que la libertad, a veces, viene de la crueldad redentora de la revolución?

Deberían caer todos los mitos, las luchas armadas, las decepciones que traen los héroes, las revueltas estudiantiles… porque cada ideología trae su mentira imprescindible, el exterminio de la nostalgia y de la pasión, y del viejo cansancio de los pueblos…

¿Por qué la justicia es un “ideal”? No sé, es ¿un mito?; pero creo, que en medio de esta pesadilla que “los que no son justos” nos presentan como una película de terror los intelectuales no pueden menospreciar la verdad de la incertidumbre del ser y permanecer en la comodidad ideológica del partidismo sectario.

Los intelectuales tienen que ser participativos, y provocar reflexión; no pueden ser un ente pasivo ante los procesos políticos, ante los síntomas asfixiantes de la opresión. Sin embargo, una gran mayoría solo se aferra a la notoriedad light, a los actos de auto reconocimiento, a ser consumidores del inmediatismo, del vedetismo; su supervivencia depende de la adhesión política porque son esclavos del miedo y de la desvergüenza; son prostituidos como objeto de consumo promovidos por las editoriales en medio del avance ecléctico de las llamadas industrias culturales. 

“Los que no son justos” le han carcomido el alma. Hay un descompromiso del intelectual con la honestidad.

Estos, “los que no son justos”, son los que contribuyen al crimen político, con su ejercicio de venderse al poder; porque el crimen político no se produce solo desde el Estado; tiene además otra amplitud ideológica, otra representatividad, otras disyuntivas preocupantes.

La desidia del intelectual por la verdad y colocarse al lado de “los que no son justos”, es un crimen político; la cultura de colonización es un crimen político; la proyección aplastante de unos valores “absolutos“ por un grupo intelectual que huye de las polémicas es un crimen político; inducir a la desmemoria a todo un pueblo es un crimen político; jugar al azar de la muerte de la conciencia de un pueblo es un crimen político !Qué falsa es la presumida legitimidad de la libertad en una democracia que incluso se cree postmoderna!

La afiliación política del intelectual no es la expresión cumbre de su compromiso. El intelectual busca afiliar su tendencia ideológica colocándose a la sombra del poder, alineándose en sus intereses a la certidumbre de ser un consumidor primario del poder político como su “alter ego” para la nombradía y para desde la propaganda del poder hacer colapsar el rostro de la inocencia del pueblo. 

¿Cuál es la semiótica del poder de “los que no son justos”?

La prédica de la libertad y de la democracia siempre es una convocatoria seductora con diversos objetivos, incluso en las circunstancias políticas en que se define a la transparencia como un valor de carácter ético y moral.

Sin embargo, la glorificación del populismo como alternativa para la felicidad del pueblo no se sobrepone del falso compromiso, de la indefinición, del panfleto, de la falta de indolencia, de las consignas de absolutismo, de la hegemonía de la coerción para aplastar a la conciencia propia, de la orfandad de los justos y su nostalgia de lucha a través de la confrontación política.

¿Es el horror de la injusticia una cuestión moral? ¿Es imprescindible continuar con la mentira de la igualdad? 

¿Qué es la emancipación? ¿Una verdad liberadora o una incesante necesidad de negar la opresión?

La intelectualidad solo tiene que ser militante de la verdad, de la acción diaria creativa, no rendirse con el pavor que provoca el poder cultural.

Los pueblos no se pueden dormir ante el nihilismo de los intelectuales pasivos; deben ejercer su derecho a la indignación con pasión; ejercer la justicia, no ser servil.

El poder cultural busca imponer una hegemonía intelectual, por tanto, a los justos sólo le queda la insurgencia como recurso ante la opresión.

Por: Ylonka Nacidit-Perdomo

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