SANTO DOMINGO DE GUZMÁN.-.- No se cansará mientras respire nuestra PLUMA para denunciar hasta trastocar el cielo y el infierno el flagelo de la indigencia y la mendicidad en nuestra patria amada. Alarma a quienes vivimos en la parte oriental de la capital dominicana ver cómo la mendicidad y la indigencia aumentan día a día. Es un problema que debe servir para que todos los sectores de nuestra sociedad tomen cartas en el asunto. Lamentablemente la mendicidad y la indigencia son vistas con mucha indiferencia, y hasta con fastidio. Nadie se preocupa por establecer las razones o los orígenes para que cada día aumenten los mendigos y los indigentes.
En otros países en donde se escudriñan los problemas sociales ya se han tomado correctivos. Por desgracia en Dominicana, este problema que no solo es de la capital Primada de América, sino de todas las regiones de la patria, no merece mayor atención. Por las calles deambulan de día o de noche, centenares de seres humanos en condiciones calamitosas. Drogados unos; alcoholizados, otros; petardistas en grandes cantidades. Niños y adolescentes cuyos hogares se desconocen y cuyos progenitores no aparecen llenan nuestras calles y avenidas de mucho pesar y dolor. Los recogen como parias en las noches y los disparan en sus cantones peores que ratas.
Este problema no debe servir solamente para escribir comentarios como este; sino que son un asunto de Estado. No hay en nuestro país políticas para muchas cosas. Por eso no hay una política bien estructurada, permanente y responsable para tratar de lograr que la mendicidad y la indigencia desaparezcan o por lo menos disminuyan.
La delincuencia que avanza incontenible tiene sus caldos de cultivos en la mendicidad y en la indigencia, aunque parezca mentira. Por eso no nos cansaremos de insistir de la apremiante necesidad por encontrar organismos privados o públicos que tomen cartas en el asunto y hagan lo indecible para que se cumpla el pensamiento de Constancio C. Vigil que dijo: “No hay que hacer que el mendigo y el indigente desaparezcan, sino que hay que hacer lo humanamente necesario para que cambien su manera de vivir”.
El que tenga oídos para oír que oiga
por la paz
Daniel Efraín Raimundo
Director